lunes, 25 de enero de 2016

Ella estrella - La Gusana Ciega

Ella estrella, luz 
en tu constelación 
y su amor es el secreto 
la razón de tu dolor 

Ella esta cansada 
de tu conversación 
y prefiere seducirte 
que vender su corazon 

Y se va derramando en el mantel 
y se va desprendiendo de su piel 

Ella es pollo de... 
de lenta combustión 
es de piernas largas 
de moño y de listón 

Y ella sabe donde acariciarte 
y prefiere ser amante 
que ser victima de amor 

Y se va derramando en el mantel 
y se va desprendiendo de su piel 

No es tuya para amar 
No hay nada mas que hablar 
es temporal 

Ella estrena encaje 
pero las deja por 
Ella es mas, ella es mas 
que todo tu color 

Ella sabe cuando 
termina la función 
y exagera sus labios 
como en la televisión 

Y se va derramando en el mantel 
y se va consumiendo sin saber 

No es tuya para amar 
No hay nada mas que hablar 
es temporal 

Es lava de un volcán 
no es tuya para amar 
es temporal 

(Y se va... y se va...) 

Esfera de cristal 
no es tuya para amar 
es temporal


martes, 19 de enero de 2016

Visión y del enigma, "Así habló Zarathustra" - Friedrich Nietzsche

«¡Detente, enano -dije-, o tú, o yo! ¡Pero yo soy el más fuerte! ¡Tú no conoces mi pensamiento abismal! ¡Ése -no podrías soportarlo!»

Entonces ocurrió algo que alivió mi corazón, pues el enano, el muy curioso, saltó desde mis espaldas al suelo y se sentó en cuclillas ante mí, sobre una piedra. En aquel lugar en que nos detuvimos había un portón.

«¡Mira ese portón, enano! -le dije-. Tiene dos caras: dos caminos concurren aquí, que nadie ha recorrido aún hasta su extremo.

Esa larga calle hacia atrás se prolonga una eternidad; y esa larga calle hacia adelante, otra eternidad.

Los dos senderos se contraponen: sus cabezas chocan y convergen en este portón. En él está escrito su nombre: "Instante".

Mas si alguien recorriese uno de ellos, alejándose más y más, ¿crees tú, enano, que se contradirán eternamente?»

«Todo cuanto se extiende en línea recta miente -murmuró con desprecio el enano-. Toda verdad es curva, y el tiempo es un círculo.»

«¡Oh, espíritu de la pesadez! -repliqué, iracundo-, ¡no tomes las cosas tan a la ligera! ¡O te dejaré en cuclillas ahí donde estás, cojitranco! ¡No olvides que yo te he subido a estas alturas!»

Y luego proseguí: «¡Mira este instante! A partir del portón llamado Instante corre hacia atrás una calle sin fin: detrás de nosotros yace una eternidad.

¿Acaso no tendrá que haber recorrido alguna vez esta calle todo cuanto puede correr? ¿Acaso no tendrá que haber ocurrido ya alguna vez cada una de las cosas que pueden ocurrir?

Y si todo ha ocurrido ya, ¿qué piensas tú, enano, sobre el instante presente? ¿No tendrá también este portón que haber existido ya? ¿Y no están todas las cosas anudadas con fuerza, de modo que este instante arrastra tras de sí todas las cosas venideras? ¿Por tanto, incluso a sí mismo?

Pues cada una de las cosas que pueden correr también por esa larga calle hacia adelante, ¿acaso no tienen que volver a recorrer de nuevo su largo camino?

Y esa perezosa araña que se arrastra a la luz de la luna, y esa misma luz de la luna, y yo y tú, que cuchicheamos en este portón sobre cosas eternas, ¿no tenemos todos nosotros que haber existido ya otra vez?

¿Y venir de nuevo, y recorrer aquella otra calle, hacia adelante, que se extiende ante nosotros, aquella calle larga y horrenda? ¿No tendremos que retornar eternamente?»

Así dije con voz cada vez más baja; pues me amedrentaban mis propios pensamientos, y su trasfondo. Entonces, de golpe, oí aullar a un perro allí cerca.

¿Había oído ya alguna vez aullar así a un perro? Mi imaginación me transporta de nuevo a fechas remotas. ¡Sí, a la época de mi infancia, de mi más lejana niñez! Entonces fue cuando oí aullar así a un perro. Y además se apareció ante mí, con los pelos crispados, alargando el cuello, mirando al cielo y tiritando de terror, en la hora más callada de la noche, en esa hora en que hasta los perros creen en fantasmas. Y me dio lástima. Justo en aquel momento la luna llena, en medio de un silencio sepulcral, apareció como un disco de fuego sobre las planas techumbres, como sobre propiedad ajena. Aquello exasperó al perro, pues los perros creen en ladrones y en fantasmas. Cuando nuevamente le oí aullar volví a sentir lástima por él.

Mas ¿qué había pasado con el enano, con el portón, con la araña y con todo el cuchicheo? ¿Habría sido todo un sueño? ¿Estaría ahora ya despierto? De repente me hallé entre peñascos agrestes, solo, abandonado, en el más desierto claro de luna.

¡Pero allí yacía por tierra un hombre! ¡Allí, ante mí! El perro andaba saltando, con el pelo erizado, gimiendo. Ahora él me veía llegar -y entonces aulló de nuevo, gritó. ¿Había oído yo nunca gritar así a un perro pidiendo socorro?

En verdad, jamás había visto nada parecido a lo que entonces vi allí. Un pastorcillo se retorcía en el suelo, anhelante y convulso, con la cara descompuesta: de su boca pendía una gran culebra negra.

¿Había visto yo jamás tal expresión de náusea y de pavor en un solo rostro humano? Quizá aquel pobre pastorcillo dormía cuando la culebra penetró en su garganta y se aferró a ella, mordiendo.

Con la mano tiré del reptil, tiré y tiré -¡en vano! ¡No pude arrancarlo! Entonces se me escapó un grito: «¡Muerde, muerde!»

«¡Arráncale la cabeza, muérdele!», me gritaban mi horror, mi odio, mi asco y mi compasión. Todo en cuanto en mí había, bueno y malo, gritaba en mí, con un único grito.

¡Vosotros los valientes que me escucháis! ¡Vosotros buscadores, indagadores, y cuantos de vosotros se han lanzado con velas astutas a mares inexplorados!, ¡vosotros que amáis los enigmas! ¡Resolved este que yo contemplé entonces, interpretadme la visión del hombre más solitario!

Pues fue una visión y una previsión. ¿Qué símbolo vi yo entonces? Y ¿quién es el que algún día tiene que venir?

¿Quién es el pastor en cuya garganta se introdujo el reptil? ¿Quién es el hombre cuya garganta ha de ser así atacada por las cosas más negras y más pesadas?

Pero el pastorcillo mordió, según le aconsejó mi grito, y mordió con todas sus fuerzas. Escupió lejos de sí la cabeza de la serpiente, y se puso en pie de un salto.

Ya no un pastor, ya no un hombre -¡un transfigurado, un iluminado, reía! ¡Jamás rió tanto sobre la tierra hombre alguno!

¡Oh, hermanos, yo oí una risa que no era risa de hombre!

Y ahora me devora una sed, un insaciable anhelo.

Mi anhelo de esa risa me devora. ¡Oh, cómo soporto el vivir aún! ¡Y cómo soportaría el morir ahora!

Así habló Zarathustra.