Pero
luego, un día, en un descanso entre dos operaciones, la enfermera le avisó que
le llamaban al teléfono. En el auricular oyó la voz de. Teresa. Le llamaba
desde la estación. Se alegró. Era una lástima que para esa misma noche ya
hubiera quedado en ir a visitar a unos amigos, de modo que la invitó a venir a
su casa al día siguiente. En cuanto colgó se arrepintió de no haberle dicho que
viniera en seguida. ¡Si aún tenía tiempo de aplazar la visita! Se puso a pensar
en qué podría hacer Teresa en Praga teniendo que esperar nada menos que treinta
y seis horas hasta verlo, y le dieron ganas de coger el coche e ir a buscarla
por las calles de la ciudad.
Llegó al
día siguiente al anochecer, llevaba un bolso colgado del hombro con una correa
larga y le pareció más elegante que la otra vez. Tenía en la mano un libro
grueso. Era Ana Karenina de Tolstoi. Su comportamiento era alegre, incluso un
tanto ruidoso, y trataba de que pareciera que había ido a verle por casualidad,
gracias a una feliz coincidencia: estaba en Praga por motivos de trabajo o quizá
(sus explicaciones eran muy confusas) para ver si encontraba un trabajo.
Estaban
acostados, más tarde, desnudos y fatigados, los dos juntos en la cama. Era ya
de noche. Él le preguntó dónde se alojaba, para llevarla en coche. Le respondió
tímidamente que todavía no había buscado hotel y que la maleta la tenía en la
consigna de la estación.
Ayer
mismo había tenido miedo de que, si la invitaba a visitarle en Praga, viniera a
ofrecerle toda su vida. Cuando ahora le dijo que tenía la maleta en la
consigna, se dio cuenta de inmediato de que en esa maleta estaba toda la vida
de ella y de que la había dejado momentáneamente en la estación antes de
ofrecérsela.
Cogió el
coche que estaba aparcado delante del edificio, fue hasta la estación, recogió
la maleta (era grande y enormemente pesada) y regresó a casa, con la maleta y
con ella.
¿Cómo es
posible que se decidiera con tanta rapidez cuando había estado casi catorce
días dudando y sin ser capaz de enviarle ni siquiera una postal con un saludo?
El mismo
estaba sorprendido. Estaba actuando en contra de sus principios. Hace diez años
se divorció de su primera mujer y vivió el divorcio con el ánimo festivo con
que otros celebran su boda. Se daba cuenta de que no había nacido para convivir
con una mujer y de que sólo podía encontrarse plenamente a sí mismo viviendo
como un solterón. Puso todo su empeño en organizarse tal sistema de vida que
nunca pudiera ya entrar en su casa una mujer con su maleta. Ese era el motivo
por el cual no tenía en su casa más que una cama. A pesar de que era una cama
bastante ancha, Tomás les decía a todas sus amantes que era incapaz de dormir
si compartía la cama con alguien y las llevaba a todas a medianoche a sus
casas. Por lo demás, la primera vez que Teresa se quedó en su casa con la
gripe, nunca durmió con ella. La primera noche él la pasó en un sofá grande y la
noche siguiente se marchó al hospital, donde tenía su despacho y en él una
camilla que utilizaba durante las guardias.
Pero
esta vez se durmió a su lado. Por la mañana se despertó y comprobó que Teresa,
que aún dormía, lo tenía cogido de la
mano. ¿Habrían estado así durante toda la noche? Le parecía difícil creerlo.
Ella
respiraba profundamente entre sueños, apretaba su mano (con fuerza, no fue
capaz de lograr que se la soltara), y la maleta enormemente pesada estaba a su
lado, junto a la cama.
Temía
intentar que le soltara la mano, por no despertarla, y con mucho cuidado se dio
media vuelta hasta apoyarse en un costado para poder observarla mejor.
Volvió a
imaginar que Teresa era un niño al que alguien había colocado en un cesto
untado con pez y lo había mandado río abajo. ¡No se puede dejar que un cesto con
un niño dentro navegue por un río embravecido! ¡Si la hija del faraón no
hubiera rescatado de las olas el cesto del pequeño Moisés, no hubiera existido
el Antiguo Testamento ni toda nuestra civilización! Hay tantos mitos que
comienzan con alguien que salva a un niño abandonado. ¡Si Pólibo no se hubiera
hecho cargo del pequeño Edipo, Sófocles no hubiera escrito su más bella
tragedia!
Tomás no
se daba cuenta en aquella ocasión de que las metáforas son peligrosas. Con las metáforas
no se juega. El amor puede surgir de una sola metáfora.
No hay comentarios.:
Publicar un comentario