viernes, 30 de enero de 2015

SPLEEN - Charles Baudelaire

Soy un rey que reinara en un país lluvioso,
rico, pero impotente, joven, pero achacoso;
que despreciando la cortesana reverencia,
se encierra con sus perros y se aburre a conciencia.
Nada puede alegrarle, ni venado, ni halcón,
ni su pueblo muriendo al pie de su balcón.
Del bufón favorito la grotesca balada
no distrae ya el hastío de su alma agotada;
su lecho flor de lis, en tumba se ha trocado,
y las damas no saben que impúdico tocado
podrían inventar para hallar el secreto
de arrancarle una leve sonrisa al esqueleto.
El mago que fabrica su oro no ha podido
extirpar de su ser el humor corrompido.
Y los baños de sangre de los tiempos romanos
que devolvían el vigor a los viles ancianos,
no han logrado encender del príncipe el deseo,
pues tiene, en vez de sangre, verde agua del Leteo.

jueves, 29 de enero de 2015

Disyuntiva

Aun me debato entre dos caminos que ha de tomar mi destino, ninguno de los dos parece mejor que el otro, es innegable que el dolor me consume día a día y cada uno que pasa es peor que el anterior, vivo atormentado de diversas maneras, mi cabeza es un cultivo de olas que no me dejan mover.

No solo es ella, son dolores pasados de viejos anhelos rotos, de una vida sin sentido, la mente tiene formas raras de procesar el dolor, había escuchado que al menos le daba prioridad al dolor mas nuevo sobre viejas dolencias y al menos en mi caso es cierto, el recuerdo de ella duele mas que todos los fantasmas antiguos.

Le di tanto de mi que cuando quiero realizar alguna acción que compartí con ella, a pesar de haberlo hecho antes de ella, me causa una marejada de recuerdos, cundo estoy leyendo algún fragmento la pone en mi memoria y me pierdo otra vez en su recuerdo, ir a lugares que me causaban tanto regocijo, ahora se vuelve doloroso, amaba cocinar, lo he dejado por que solo puedo recordar que es a la única persona que le he cocinado solonpor ver su sonrisa. Tanto he perdido.

Un amigo me dijo, por que sufrir por alguien a quien no le importas, cuanto eco ha hecho eso en mi, me he puesto a pensar en cada idea de hacer cosas juntos que surgió de ella y cuantas de ellas se perdieron en el olvido a pesar de que aun las cosas iban bien, cuantas veces espere de ella tanto y tantas veces me desilusionó, la mas viva y por la que jamas debí haber vuelto a su vida, mi cumpleaños, esa primer temporada en la que nos alejamos, cuanto espere verla al menos ese día, que cumpliera su promesa de ver ese eclipse, esa luna roja, ahí entendí que ella no tomaba la misma importancia que la que uonle daba. Llegó su cumpleaños, seguíamos alejados, me hice una promesa, es lo ultimo que harás por ella, le di varios regalos, no esperaba que me hiciera participe de es ocasión, lo hizo, la historia volvió a comenzar, otro vendaval sin sentido, a pesar de mi resistencia era a ella a quien queria y debía volver a estar con ella, otra vez me falle volví a enterarme a esfuerzos vagos y frustración.

Creo que me volví a perder en ella, hablaba de mis caminos. Uno representa el sinsentido que había seguido durante tanto tiempo, el problema es que ella le dio sentido a todo y ahora el sinsentido de su ausencia es peor, es mas crudo, se que aunque me sienta cada día mas débil y sin ganas de seguir, lo haré, a pesar de lo que piense la gente de mi, sigo caminando, viendo la vida a blanco y negro, soy bueno en general en cualquier cosa que haga, que no lo haga es simplemente que no tengo la motivación para hacerlo, quien me a visto en mis momentos en que la vida y yo compaginamos sabe que si quiero algo, lo hago, pero ahora el conseguir cosas que algunos otros solo soñarían, no tiene el menor sentido. Puedo seguir con la vida en blanco y negro, esperando a quien jamas volverá, pero... ¿Eso es vida? Es el obscuro futuro frente a mi. Vivo en una época en la que a pesar de que puedas sostener vidas ajenas y exaltarlas, sintu por propios méritos no arde tu propia llama no le sirves a nadie, la gente rota no tiene cabida en el mundo moderno, a pesar de que te adaptes a el y seas mejor que mucha gente entera, nos llaman venenosos, pero dependen de nosotros para poder emerger.

El otro camino es aun mas sombrío, el que me causa mas admiración, la muerte, tanto he pensado en ello, la forma mas clásica que es poética y mas inútil, cortarse las venas, ah como me gustaría que fuera en verdad eficaz, sin embargo es inútil, no puedo fallar sin elijo este camino, he pensado tanto en como hacerlo, el escenario puesto, el hotel, el último pecado que perdió el gusto, la soga con navajas, asfixia y corte a la yugular, y por mera poesía el corte emblemático en el brazo, esto si que me da felicidad, pero es complicado el diseño del instrumento del ultimo aliento, no puedo fallar.

Aun no se que hacer, el sinsentido o acabar con todo y como escribió Cortazar en rayuela, "y pensar en vos a ultimo momento, para que sea aun mas amargo.

¿Que hacer?

miércoles, 28 de enero de 2015

De profundis clavami- Charles Baudelaire

Imploro tu piedad, única Tú a quien amo,
desde la sima oscura en que mi alma ha caído.
Es un triste universo de plomizo horizonte,
donde en la noche nadan el horror, la blasfemia;
un sol casi apagado medio año se cierne,
y el otro medio año cubre al mundo la noche;
región es más desnuda que las tierras polares,
—¡ni animales, ni arroyos, ni bosques, ni verdores!
Pues no existe en el mundo horror que sobrepase
a la fría crueldad de este gélido sol
y a esta noche sin fin que el viejo Caos semeja;
y yo envidio la suerte de las bestias más viles
que pueden sumergirse en su estúpido sueño,
¡Tan lenta la madeja del tiempo que se devana!

lunes, 26 de enero de 2015

La caricia perdida - Alfonsina Storni

Se me va de los dedos la caricia sin causa,
se me va de los dedos... En el viento, al pasar,
la caricia que vaga sin destino ni objeto,
la caricia perdida ¿quién la recogerá?

Pude amar esta noche con piedad infinita,
pude amar al primero que acertara a llegar.
Nadie llega. Están solos los floridos senderos.
La caricia perdida, rodará... rodará...

Si en los ojos te besan esta noche, viajero,
si estremece las ramas un dulce suspirar,
si te oprime los dedos una mano pequeña
que te toma y te deja, que te logra y se va.

Si no ves esa mano, ni esa boca que besa,
si es el aire quien teje la ilusión de besar,
oh, viajero, que tienes como el cielo los ojos,
en el viento fundida, ¿me reconocerás?

La voz - Charles Baudelaire

Se encontraba mi cuna junto a la biblioteca,
Babel sombría, donde novela, ciencia, fábula,
Todo, ya polvo griego, ya ceniza latina
Se confundía. Yo era alto como un infolio.
Y dos voces me hablaban. Una, insidiosa y firme:
«La Tierra es un pastel colmado de dulzura;
Yo puedo (¡y tu placer jamás tendrá ya término!)
Forjarte un apetito de una grandeza igual.»
Y la otra: «¡Ven! ¡Oh ven! a viajar por los sueños,
lejos de lo posible y de lo conocido.»
Y ésta cantaba como el viento en las arenas,
Fantasma no se sabe de que parte surgido
Que acaricia el oído a la vez que lo espanta.
Yo te respondí: «¡Sí! ¡Dulce voz!» Desde entonces
Data lo que se puede denominar mi llaga
Y mi fatalidad. Detrás de los paneles
De la existencia inmensa, en el más negro abismo,
Veo, distintamente, los más extraños mundos
Y, víctima extasiada de mi clarividencia,
Arrastro en pos serpientes que mis talones muerden.

Y tras ese momento, igual que los profetas,
Con inmensa ternura amo el mar y el desierto;
Y sonrío en los duelos y en las fiestas sollozo
Y encuentro un gusto grato al más ácido vino;
Y los hechos, a veces, se me antojan patrañas
Y por mirar al cielo caigo en pozos profundos.
Más la voz me consuela, diciendo: «Son más bellos
los sueños de los locos que los del hombre sabio».

Fatiga - Vicente Huidobro

Marcho día y noche
como un parque desolado.
Marcho día y noche entre esfinges caídas de mis ojos;
miro el cielo y su hierba que aprende a cantar;
miro el campo herido a grandes gritos,
y el sol en medio del viento.


Acaricio mi sombrero lleno de luz especial;
paso la mano sobre el lomo del viento;
los vientos, que pasan como las semanas;
los vientos y las luces con gestos de fruta y sed de sangre;
las luces, que pasan como los meses;
cuando la noche se apoya sobre las casas,
y el perfume de los claveles gira en torno de su eje.


Tomo asiento, como el canto de los pájaros;
es la fatiga lejana y la neblina;
caigo como el viento sobre la luz.


Caigo sobre mi alma.
He ahí el pájaro de los milagros;
he ahí los tatuajes de mi castillo;
he ahí mis plumas sobre el mar, que grita adiós.


Caigo de mi alma.
Y me rompo en pedazos de alma sobre el invierno;
caigo del viento sobre la luz;
caigo de la paloma sobre el viento.

martes, 20 de enero de 2015

Rayuela 54 - Julio Cortazar

Desde la ventana de su cuarto en el segundo piso Oliveira veía el patio con la fuente, el chorrito de agua, la rayuela del 8, los tres árboles que daban sombra al cantero de malvones y césped, y la altísima tapia que le ocultaba las casas de la calle. El 8 jugaba casi toda la tarde a la rayuela, era imbatible, el 4 y la 19 hubieran querido arrebatarle el Cielo pero era inútil, el pie del 8 era un arma de precision, un tiro por cuadro, el tejo se situaba siempre en la posición más favorable, era extraordinario. Por la noche la rayuela tenía como una débil fosforescencia y a Oliveira le gustaba mirarla desde la ventana. En la cama, cediendo a los efectos de un centímetro cúbico de hipnosal, el 8 se estaría durmiendo como las cigüeñas, parado mentalmente en una sola pierna, impulsando el tejo con golpes secos e infalibles, a la conquista de un cielo que parecía desencantarlo apenas ganado. «Sos de un romanticismo inaguantable» se pensaba Oliveira, cebando mate. «¿Para cúando el piyama rosa?» Tenía sobre la mesa una cartita de Gekrepten inconsolable, de modo que no te dejan salir más que los sábado, pero esto no va a ser una vida, querido, yo no me resigno a estar sola tanto tiempo, si vieras nuestra piecita. Apoyando el mate en el antepecho de la ventana, Oliveira sacó una Birome del bolsillo y contestó la carta. Primero, había teléfono (seguía el número), segundo, estaban muy ocupados, pero la reorganización no llevaría más de dos semanas y entonces podrían verse por lo menos los miércoles, sábados y domingos. Tercero, se le estaba acabando la yerba. «Escribo como si me hubieran encerrado», pensó echando una firma. Eran casi las once, pronto le tocaría relevar a Traveler que hacia guardia en el tercer piso. Cebando otro mate, releyó la carta y pegó el sobre. Prefería escribir, al teléfono era un instrumento confuso en manos de Gekrepten, no entendía nada de lo que se le explicaba.
    En el pabellón de la izquierda se apagó la luz de la farmacia. Talita salió al patio, cerró con llave (se la veía muy bien a la luz del cielo estrellado y caliente) y se acercó indecisa a la fuente. Oliveira le silbó bajito, pero Talita siguió mirando el chorro de agua, y hasta acercó un dedo experimental y lo mantuvo un momento en el agua. Después cruzó el patio, pisoteando sin orden la rayuela, y desapareció debajo de la ventana de Oliveira. Todo había sido un poco como en las pinturas de Leonora Carrington, la noche con Talita y la rayuela, un entrecruzamiento de líneas ignorándose, un chorrito de agua en una fuente. Cuando la figura de rosa salió de alguna parte y se acercó lentamente a la rayuela, sin atreverse a pisarla, Oliveira comprendió que todo volvía al orden, que necesariamente la figura de rosa elegiría una piedra plana de las muchas que el 8 amontonaba al borde del cantero, y que la Maga, porque era la Maga, doblaría la pierna izquierda y con la punta del zapato proyectaría el tejo a la primera casilla de la rayuela. Desde lo alto veía el pelo de la Maga, la curva de los hombros y cómo levantaba a medias los brazos para mantener el equilibrio, mientras con pequeños saltos entraba en la primera casilla, impulsaba el tejo hasta la segunda (y Oliveira tembló un poco porque el tejo había estado a punto de salirse de la rayuela, una irregularidad de las baldosas lo detuvo exactamente en el límite de la segunda casilla), entraba livianamente y se quedaba un segundo inmóvil, como un flamenco rosa en la penumbra, antes de acercar poco a poco el pie al tejo, calculando la distancia para hacerlo pasar a la tercera casilla.
Talita alzó la cabeza y vio a Oliveira en la ventana. Tardó en reconocerlo, y entretanto se balanceaba en una pierna, como sosteniéndose en el aire con las manos. Mirándola con un desencanto irónico, Oliveira reconoció su error, vio que el rosa no era rosa, que Talita llevaba una blusa de un gris ceniciento y una pollera probablemente blanca. Todo se (por así decirlo) explicaba: Talita había entrado y vuelto a salir, atraída por la rayuela, y esa ruptura de un segundo entre el pasaje y la reaparición había bastado para engañarlo como aquella otra noche en la proa del barco, como a lo mejor tantas otras noches. Contesto apenas al ademán de Talita, que ahora bajaba la cabeza concentrándose, calculaba, y el tejo salía con fuerza de la segunda casilla y entraba en la tercera, enderezándose, echando a rodar de perfil, saliéndose de la rayuela, una o dos baldosas fuera de la rayuela.
— Tenés que entrenarte más -dijo Oliveira- si le querés ganar al 8.
—¿Qué hacés ahí?
— Calor. Guardia a las once y media. Correspondencia.
— Ah -dijo Talita-. Qué noche.
— Mágica -dijo Oliveira, y Talita se rió brevemente antes de desaparecer bajo la puerta. Oliveira la oyó subir la escalera, pasar frente a su puerta (pero a lo mejor estaba subiendo en el ascensor), llegar al tercer piso. «Admití que se parece bastante», pensó. «Con eso y ser un cretino todo se explica al pelo.» Pero lo mismo se quedó mirando un rato el patio, la rayuela desierta, como para convencerse. A las once y diez vino Traveler a buscarlo y le pasó el parte. El 5 bastante inquieto, avisarle a Ovejero si se ponía molesto; los demás dormían.
    El tercer piso estaba como un guante, y hasta el 5 se había tranquilizado. Aceptó un cigarrillo, lo fumó aplicadamente y le explicó a Oliveira que la conjuración de los editores judíos retardaba la publicación de su gran obra sobre los cometas; le promerió un ejemplar dedicado. oliveira le dejó la puerta entornada porque le conocía las mañas, y empezó a ir y venir por el pasillo, mirando de cuando en cuando los ojos por los ojos mágicos instalados gracias a la astucia de Ovejero, el administrador, y la casa Liber & Finkel: cada cuarto un diminuto Van Eyck, salvo el de la 14 que como siempre había pegado una estampilla contra el lente. A las doce llegó Remorino con varias ginebras a medio asimilar; charlaron de caballos y de fútbol, y después Remorino se fue a dormir un rato a la planta baja. El 5 de había calmado del todo, y el calor apretaba en el silencio y la penumbra del pasillo. La idea de que alguien tratara de matarlo no se le habia ocurrido hasta ese momentoa Oliveira, pero le bastó un dibujo instantáneo, un esbozo que tenía más de escalofrío que de otra cosa, para darse cuente de que no era una idea nueva, que no se derivaba de la atmósfera del pasillo con sus puertas cerradas y la sombre de la caja del montacargas en el fondo. Lo mismo se le podía haber ocurrido a mediodía en el almacén de Roque, o en el subte a las cinco de la tarde. O mucho antes, en Europa, alguna noche de vagancia por las zonas francas, los baldíos donde una lata vieja podía servir para tajear una garganta por poco que las dos pusieran buena voluntad. Deteniéndose al lado del agujero del montacargas miró el fondo negro y pensó en los Campos Flegreos, otra vez en el acceso. en el circo había sido al revés, un agujero en lo alto, la apertura comunicando con el espaci abierto, figura de consumación; ahora estaba al borde del pozo, agujero de Eleusis, la clínica envuelta en vapores de calor acentuaba el pasaje negativo, los vapores de solfatara, el descenso. Dándose vuelta vió la recta del pasillo hasta el fondo, con la débil luz de las lámparas violeta sobre el marco de las puertas blancas. Hizo una cosa tonta: encogiéndo la pierna izquierda avanzó a pequeños saltos por el pasillo, hasta la altura de la primera puerta. Cuando volvió a apoyar el pie izquierdo sobre el linóleo verde, estaba bañado en sudor. A cada salto había repetido entre dinetes el nombre de Manú. «Pensar que yo había esperado un pasaje», se dijo apoyándose en la pared. Imposible objetivar la primera fracción de un pensamiento, sin encontralo grotesco. Pasaje, por ejemplo. Pensar que él había esperado. Esperado un pasaje. Dejándose resbalar, se sentó en el suelo y miró fijamente el linóleo. ¿Pasaje a qué? ¿Y por qué la clínica tenía que servirle de pasaje? ¿Qué clase de templos andaba necesitando, qué intercesores, qué hormonas psíquicas o morales que lo proyectaran fuera o dentro de sí?
    Cuando llegó Talita trayendo un vaso de limonada (esas ideas de ella, ese lado maestrita de los obreros y La Gota de Leche), le hablo en seguida del asunto. Talita no se sorprendía de nada; sentándose frente a él lo miró beberse la limonada de un trago. 
— Si la Cuca nos viera tirados en el suelo le daría un ataque. Qué manera de montar guardia, vos. ¿Duermen?
— Sí. Creo. La 14 tapo la mirilla, andá a saber qué está haciendo. Me da no sé qué abrirle la puerta, che.
— Sos la delicadeza misma -dijo Talita-. Pero yo, de mujer a mujer ...
Volvió casi enseguida, y este vez se instaló al lado de Oliveira para apoyarse en la pared.
— Duerme castamente. El pobre Manú tuvo una pesadilla horrorosa. Siempre pasa lo mismo, se vuelve a dormir pero yo me quedo tan trastornada que acabo por levantarme. Se me ocurrió que tendrías calor, vos o Remorino, entonces les hice limonada. Qué verano, y con esas paredes ahí fuera que cortan el aire. De manera que me parezco a esa otra mujer.
— Sos Un poco, sí -dijo Oliveira- pero no tiene ninguna importancia. Lo que me gustaría saber es por qué te vi vestida de rosa.
— Influencias ambientales, la asimilaste a los demás.
— Sí. Eso era más bien fácil, todo bien considerado. Y vos, ¿por qué te pusiste a jugar a la rayuela? ¿También te asimilaste?
— Tenés razón -dijo Talita-. ¿Por qué me habré puesto? A mí en realidad no me gustó nunca la rayuela. Pero no te fabriques una de tus teorías de poseción, yo no soy el zombie de nadie.
— No hay necesidad de decirlo a gritos.
— De nadie -repitió Talita bajando la voz-. Ví la rayuela al entrar. Había una piedrita ... Jugué y me fui.
— Perdiste en la tercera casilla. A la Maga le hubiera pasado lo mismo, es incapaz de perseverar, no tiene el menor sentido de las distancias, el tiempo se las hace trizas en las manos, anda a los tropezones con el mundo. Gracias a lo cual, te lo digo de paso, es absolutamente perfecta en su manera de denunciar la falsa perfección de los demás. Pero yo te estaba hablando del montacargas, me parece.
— Sí, dijiste algo y después te bebiste la limonada. No, esperá, la limonada te la bebiste antes.
— Probablemente me traté de infeliz, cuando llegaste estaba en pleno trance shamánico, a punto de tirarme por el agujero para terminar de una vez con las conjeturas, esa palabra esbelta.
— El agujero acaba en el sótano -dijo Talita-. Hay cucarachas si te interesa saberlo, y trapos de colores por el suelo. Todo está húmedo y negro, y un poco más lejos empiezan los muertos. Manú me contó.
— ¿Manú esta durmiendo?
— Sí. Tuvo una pesadilla, gritó algo de una corbata perdida. ya te conté.
— Es una noche de grandes confidencias -dijo Oliveira, mirándola despacio.
— Muy grandes -dijo Talita-. La Maga era solamente un nombre, y ahora ya tiene una cara. Todavía se equivoca en el color de la ropa, parece.
— La ropa es lo de menos, cuando la vuelva a ver andá a saber lo que tendrá puesto. Estará desnuda, o andara con su chico en brazos cantándole Les amants du Havre, una canción que no conocés.
— No te creas -dijo Talita-. La pasaban bastante seguido por Radio Belgrano. La-lá-la, la-lá-la ...
Oliveira dibujó una bofetada blanca, que acabó en caricia. Talita echó la cabeza para atrás y se golpeó contra la pared del pasillo. Hizo una mueca y se frotó la nuca, pero siguió tarareando la melodía. Se oyó un click y después un zumbido que parecía azul en la penumbra del pasillo. Oyeron subir el montacargas, se miraron apenas antes de levantarse de un salto. A esa hora quién podía ... Click, el paso del primer piso, el zumbido azul. Talita retrocedió y se puso detrás de Oliveira. Click. El piyama rosa se distinguía perfectamente en el cubo de cristal enrejado. Oliveira corrió al montacargas y abrió la puerta. Salió una bocanada de aire casi frío. El viejo lo miró como si no lo conociera y siguió acariciando la paloma, era fácil comprender que la paloma había sido alguna vez blanca, que la continua caricia de la mano del viejo la había vuelto de gris ceniciento. Inmóvil, con los ojos entornados, descansaba en el hueco de la mano que la sostenía a la altura del pecho, mientras los dedos pasaban una y otra vez del cuello hasta la cola, del cuello hasta la cola.
— Vaya a dormir, don López -dijo Oliveira, respirando fuerte.
— Hace calor en la cama -dijo don López-. Mírela como está contenta cuando la paseo.
— Es muy tarde. Váyase a su cuarto.
— Yo le llevaré una limonada fresca -prometió Talita Nightingale.
Don López acarició la paloma y salió del montacargas. Lo oyeron bajar la escalera.
— Aquí cada uno hace lo que quiere -murmuró Oliveira cerrando la puerta del montacargas-. En una de esas va a haber un degüello general. Se lo huele, qué querés que te diga. Esa paloma parecía un revólver.
— Habría que avisarle a Remorino. El viejo venía del sótano, es raro.
— Mirá, quedate un momentito aqui vigilando, yo bajo al sótano a ver, no sea que algún otro esté haciendo macanas.
— Bajo con vos.
— Bueno, total éstos duermen tranquilos.
    Dentro del montacargas la luz era vagamente azul y se bajaba con un zumbido de science-fiction. En el sótano no había nadie vivo, pero una de las puertas del refrigerador estaba entornada y por la ranura salía un chorro de luz. Talita se paró en la puerta, con una mano contra la boca, mientras Oliveira se acercaba. Era el 56, se acordaba muy bien, la familia tenía que estar al caer de un momento a otro. Desde Trelew. Y entre tanto el 56 había recibido la visita de un amigo, era de imaginar la conversación con el viejo de la paloma, uno de esos pseudodiálogos en que al interlocutor lo tiene sin cuidado que el otro hable o no hable siempre que esté ahí delante, siempre que haya algo ahí delante, cualquier cosa, una cara, unos pies saliendo del hielo. Como acababa de hablarle él a Talita contándole lo que había visto, contándole que tenía miedo, hablando todo el tiempo de agujeros y de pasajes, a Talita o a cualquier otro, a un par de pies saliendo del hielo, cualquier apariencia antagónica capaz de escuchar y asentir. Pero mientras cerraba la puerta de la heladera y se apoyaba sin saber por qué en el borde de la mesa, un vómito de recuerdo empezó a ganarlo, se dijo que apenas un día o dos atrás le había parecido imposible llegar a contarle nada a Traveler, un mono no podía contarle nada a un hombre, y de golpe, sin saber cómo, se había oído hablándole a Talita como si fuera la Maga, sabiendo que no era pero hablándole de la rayuela, del miedo en el pasillo, del agujero tentador. Entonces (y Talita estaba ahí, a cuatro metros, a sus espaldas esperando) eso era como un fin, la apelación a la piedad ajena, al reingreso en la familia humana, la esponja cayendo con un chasquido repugnante en el centro del ring. Sentía como si se estuviera yendo de sí mismo, abandonándose para echarse -hijo (de puta) pródigo- en los brazos de la fácil reconciliación, y de ahí la vuelta todavía más fácil al mundo, a la vida posible, al tiempo de sus años, a la razón que guía las acciones de los argentinos buenos y del bicho humano en general. Estaba en su pequeño, cómodo Hades refrigerado, pero no había ninguna Eurídice que buscar, aparte de que había bajado tranquilamente en montacargas y ahora, mientras abría una heladera y sacaba una botella de cerveza, piedra libre para cualquier cosa con tal de acabar esta comedia.
— Vení a tomar un trago -invitó-. Mucho mejor que tu limonada.
Talita dió un paso y se detuvo.
— No seas necrófilo -dijo-. Salgamos de aquí.
— Es el único lugar fresco, reconocé. Yo creo que me voy a traer un catre.
— Estás pálido de frío -dijo Talita, acercándose-. Vení, no me gusta que te quedes aquí.
— ¿No te gusta? No van a salir de ahí para comerme, los de arriba son peores.
— Vení Horacio -repitió Talita-. No quiero que te quedes aquí.
— Vos ... -dijo Oliveira mirándola colérico, y se interrumpió para abrir la cerveza con un golpe de la mano contra el borde de una silla. Estaba viendo con tanta claridad un boulevard bajo la lluvia, pero en vez de ir llevando a alguien del brazo, hablándole con lástima, era a él que lo llevaban, compasivamente le habían dado el brazo y le hablaban para que estuviera contento, le tenían tanta lástima que era positivamente una delicia. El pasado se invertía, cambiaba de signo, al final iba a resultar que La Piedad no estaba liquidando. Esa mujer jugadora de rayuela le tenía lástima, era tan claro que quemaba.
— Podemos seguir hablando en el segundo piso -dijo ilustrativamente Talita-. Traé la botella, y me das un poco.
— Oui madame, bien sûr madame -dijo Oliveira.
— Por fin decís algo en francés. Manú y yo creíamos que habías hecho una promesa. Nunca ...
— Assez -dijo Oliveira-. Tu m'as eu, petite. Céline avait raison, on se croit enculé d'un centimètre et on l'est déjà de plusieurs mètres.
Talita lo miró con la mirada de los que no entienden, pero su mano subió sin que la sintiera subir, y se apoyó un instante en el pecho de Oliveira. Cuando la retiró, él se puso a mirarla como desde abajo, con ojos que venían de algún otro lado.
Andá a saber -le dijo Oliveira a alguien que no era Talita-. Andá a saber si no sos vos la que esta noche me escupe tanta lástima. Andá a saber si en el fondo no hay que llorar de amor hasta llenar cuatro o cinco palanganas. O que te las lloren, como te las están llorando.
Talita le dió la espalda y fue hacia la puerta. Cuando se detuvo a esperarlo, desconcertada y al mismo tiempo necesitando esperarlo porque alejarse de él en ese instante era como dejarlo caer en el pozo (con cucarachas, con trapos de colores), vio que sonreía y que támpoco la sonrisa era para ella. Nunca lo había visto sonreir así, desventuradamente y a la vez con toda la cara abierta y de frente, sin la ironía habitual, aceptando alguna cosa que debía llegarle desde el centro de la vida, desde ese otro pozo (¿con cucarachas, con trapos de colores, con una cara flotando en un agua sucia?), acercándose a ella en el acto de aceptar esa cosa innominable que lo hacía sonreír. Y tampoco su beso era para ella, no ocurría allí grotescamente al lado de una heladera llena de muertos, a tan poca distancia de Manú durmiendo. Se estaban como alcanzando desde otra parte, con otra parte de sí mismos, y no era de ellos que se trataba, como si estuvieran pagando o cobrando algo por nosotros, como si fueran los golems de un encuentro imposible entre sus dueños. Y los Campos Flegreos, y lo que Horacio había murmurado sobre el descenso, una insensatez tan absoluta que Manú y todo lo que era Manú y estaba en el nivel de Manú no podía participar de la ceremonia, porque lo que empezaba ahí era como la caricia a la paloma, como la idea de levantarse para hacerle una limonada a un guardián, como doblar una pierna y empujar un tejo de la primera a la segunda casilla, de la segunda a la tercera. De alguna manera habían ingresado en otra cosa, en ese algo donde se podía estar de gris y ser de rosa, donde se podía haber muerto ahogada en un río (y eso ya no lo estaba pensando ella) y asomar en una noche de Buenos Aires para repetir en la rayuela la imagen misma de lo que acaban de alcanzar, la última casilla, el centro del mandala, el Ygdrassil vertiginoso por donde se salía a una playa abierta, a una extensión sin límites, al mundo debajo de los párpados que los ojos vueltos hacia adentro reconocían y acataban.

sábado, 17 de enero de 2015

17 de enero

Y quiero hablarle y saber de ella, pero para que... No hay futuro posible, si existo en su vida solo le traería mas dolor.

No hay día que no piense en ella y la recuerde, estoy prendido de las sensaciones que me hizo sentir y la felicidad que trajo a mi vida, el sentido que le dio a mi vida.

La extraño a morir, caigo día a día mas y mas en la desesperación, me hundo en mis pensamientos.

Solo se destruir a las personas que quiero y ella no es la excepción, ella sabe vivir sin depender de nadie y yo dependo de alguien para darle sentido a todo, eso hace que no pueda estar en su vida... Maldita sea lo que soy y que no me dio tiempo de cambiar. Todo esta perdido, yo incluido.

miércoles, 14 de enero de 2015

Rayuela Capítulo 125 - Julio Cortazar

La noción de ser como un perro entre los hombres: materia de desganada reflexión a lo largo de dos cañas y una caminata por los suburbios, sospecha creciente de que sólo el alfa da el omega, de que toda obstinación en una etapa intermedia —épsilon, lambda— equivale a girar con un pie clavado en el suelo. La flecha va de la mano al blanco: no hay mitad de camino, no hay siglo XX entre el X y el XXX. Un hombre debería ser capaz de aislarse de la especie dentro de la especie misma, y optar por el perro o el pez original como punto inicial de la marcha hacia sí mismo. No hay pasaje para el doctor en letras, no hay apertura para el alergólogo eminente. Incrustados en la especie, serán lo que deben ser y si no no serán nada. Muy meritorios, ni qué hablar, pero siempre épsilon, lambda o pi, nunca alfa y nunca omega. El hombre de que se habla no acepta esas seudo realizaciones, la gran máscara podrida de Occidente. El tipo que ha llegado vagando hasta el puente de la Avenida San Martín y fuma en una esquina, mirando a una mujer que se ajusta una media, tiene una idea completamente insensata de lo que él llama realización, y no lo lamenta porque algo le dice que en la insensatez está la semilla, que el ladrido del perro anda más cerca del omega que una tesis sobre el gerundio en Tirso de Molina. Qué metáforas estúpidas. Pero él sigue emperrado, es el caso de decirlo. ¿Qué busca? ¿Se busca? No se buscaría si ya no se hubiera encontrado. Quiere decir que se ha encontrado (pero esto ya no es insensato, ergo hay que desconfiar. Apenas la dejás suelta, La Razón te saca un boletín especial, te arma el primer silogismo de una cadena que no te lleva a ninguna parte como no sea a un diploma o a un chalecito californiano y los nenes jugando en la alfombra con enorme encanto de mamá. A ver, vamos despacio: ¿Qué es lo que busca ese tipo? ¿Se busca? ¿Se busca en tanto que individuo? ¿En tanto que individuo pretendidamente intemporal, o como ente histórico? Si es esto último, tiempo perdido. Si en cambio se busca al margen de toda contingencia, a lo mejor lo del perro no está mal. Pero vamos despacio (le encanta hablarse así, como un padre a su hijo, para después darse el gran gusto de todos los hijos y patearle el nido al viejo), vamos piano piano, a ver qué es eso de la búsqueda. Bueno, la búsqueda no es. Sutil, eh. No es búsqueda porque ya se ha encontrado. Solamente que el encuentro no cuaja. Hay carne, papas y puerros, pero no hay puchero. O sea que ya no estamos con los demás, que ya hemos dejado de ser un ciudadano (por algo me sacan carpiendo de todas partes, que lo diga Lutecia), pero tampoco hemos sabido salir del perro para llegar a eso que no tiene nombre, digamos a esa conciliación, a esa reconciliación.

Terrible tarea la de chapotear en un círculo cuyo centro está en todas partes y su circunferencia en ninguna, por decirlo escolásticamente. ¿Qué se busca? ¿Qué se busca? Repetirlo quince mil veces, como martillazos en la pared. ¿Qué se busca? ¿Qué es esa conciliación sin la cual la vida no pasa de una oscura tomada de pelo? No la conciliación del santo, porque si en la noción de bajar al perro, de recomenzar desde el perro o desde el pez o desde la mugre y la fealdad y la miseria y cualquier otro disvalor, hay siempre como una nostalgia de santidad, parecería que se añora una santidad no religiosa (y ahí empieza la insensatez), un estado sin diferencia, sin santo (porque el santo es siempre de alguna manera el santo y los que no son santos, y eso escandaliza a un pobre tipo como el que admira la pantorrilla de la muchacha absorta en arreglarse la media torcida), es decir que si hay conciliación tiene que ser otra cosa que un estado de santidad, estado excluyente desde el vamos. Tiene que ser algo inmanente, sin sacrificio del plomo por el oro, del celofán por el cristal, del menos por el más; al contrario, la insensatez exige que el plomo valga el oro, que el más esté en el menos. Una alquimia, una geometría no euclidiana, una indeterminación up to date para las operaciones del espíritu y sus frutos. No se trata de subir, viejo ídolo mental desmentido por la historia, vieja zanahoria que ya no engaña al burro. No se trata de perfeccionar, de decantar, de rescatar, de escoger, de librealbedrizar, de ir del alfa hacia el omega. Ya se está. Cualquiera ya está. El disparo está en la pistola; pero hay que apretar un gatillo y resulta que el dedo está haciendo señas para parar el ómnibus, o algo así.

Cómo habla, cuánto habla este vago fumador de suburbio. La chica ya se acomodó la media, listo. ¿Ves? Formas de la conciliación. Il mio supplizio... A lo mejor todo es tan sencillo, un tironcito a las mallas, un dedito mojado con saliva que pasa sobre la parte corrida. A lo mejor bastaría agarrarse la nariz y ponérsela a la altura de la oreja, desacomodar una nada la circunstancia. Y no, tampoco así. Nada más fácil que cargarle la romana a lo de afuera, como si se estuviera seguro de que afuera y adentro son las dos vigas maestras de la casa. Pero es que todo está mal, la historia te lo está diciendo, y el hecho mismo de estarlo pensando en vez de estarlo viviendo te prueba que está mal, que nos hemos metido en una desarmonía total que todos nuestros recursos disfrazan con el edificio social, con la historia, con el estilo jónico, con la alegría del Renacimiento, con la tristeza superficial del romanticismo, y así vamos y que nos echen un galgo.

domingo, 11 de enero de 2015

11 de enero

A pesar del tiempo que va transcurriendo, debo admitir que aun la espero, que me perdone por todo el daño que le he causado.

Fue mejor alejarse sin intentar nada mas, ella quería conservar la amistad, pero es innegable que no hubiera podido estar en su vida bajo esa óptica, siempre habría tratado de tratarla como lo venia haciendo,  viendo de que manera lograr que se enamorara de mi, la habría hecho pasar mas malos ratos, estar cerca cuando encontrara a alguien que cumpliera sus expectativas hubiera sido mas doloroso y me hubiera comportado pésimo con ella.

Aun espero que por error me llame y esta vez responderle, sin duda la volvería a hacer la lente con la lente con la que viera el mundo, mis barreras jamas han funcionado con ella, es mejor así, seguiré fraguando mi caída, solo causo daños por donde me paro y de cualquier manera el mundo no se detendrá.

miércoles, 7 de enero de 2015

Depravado

Y lo merezco, que no vuelva jamas. Ella me ayudo a conocer sensaciones que jamas había sentido, a mi edad algo tan patético, tantos años de deseo reprimido, ella no deseaba que las cosas se perfilaran a ello, pero yo tan imbécil, era lo que tanto deseaba, quería cubrir mis necesidades recién descubiertas a pesar de que iba en contra de sus deseos.

Tantas tonterías que cometí por no entender eso, tan imbécil, cometí tantas bajezas por querés saciar ese deseo, es lo mejor que no este y no vuelva jamas, solo soy un depravado que se vuelve primitivo e idiota por esa tan estúpida necesidad.