lunes, 28 de septiembre de 2015

28 de Setiembre

Cuantas lunas de sangre pasarán antes de que pueda volver a verte, cuantas lunas de sangre habrán de pasar para entender que jamás te volvefe a ver...

lunes, 14 de septiembre de 2015

La Insoportable Levedad del Ser / Cap. 6 (Primera Parte) - Milan Kundera

El acuerdo tácito sobre la amistad erótica presuponía que Tomás dejaba el amor fuera de su vida. En cuanto incumpliese esta condición, sus demás amantes se encontrarían en una posición secundaria y se rebelarían.

Por eso buscó para Teresa un piso de alquiler al que ella tuvo que llevar su pesada maleta. Quería velar por ella, defenderla, disfrutar de su presencia, pero no sentía necesidad de cambiar su estilo de vida. Por eso no quería que se supiera que Teresa dormía en su casa. Dormir juntos era, en realidad, el corpus delicti del amor.

Nunca dormía con las demás amantes. Cuando iba a verlas a sus casas, la cuestión era sencilla, podía irse cuando quería. Peor era cuando ellas estaban en casa de él y había que explicarles que a medianoche debía llevarlas a sus casas porque tenía problemas de insomnio y era incapaz de dormir en la inmediata proximidad de otra persona. Aquello no estaba muy lejos de la verdad, pero la causa principal era peor y no se atrevía a contársela: en el mismo momento en que terminaba el acto amoroso sentía un deseo insuperable de quedarse solo; despertarse en medio de la noche junto a una persona extraña le desagradaba; levantarse por la mañana junto con alguien le producía rechazo; no tenía ganas de que nadie oyese cómo se limpiaba los dientes en el cuarto de baño y la intimidad del desayuno parados no le atraía.

Por eso se sorprendió tanto cuando se despertó y Teresa cogía con fuerza su mano. La miraba y no podía entender qué había pasado. Se acordaba de las horas que acababan de pasar y le parecía que de ellas se desprendía el perfume de quién sabe qué felicidad desconocida.

Desde entonces los dos disfrutaban durmiendo juntos. Diría casi que el objetivo del acto amoroso no era para ellos el placer sino el sueño que venía después de aquél. Ella, en particular, no podía dormir sin él. Cuando alguna vez se quedaba sola en su piso alquilado (que iba convirtiéndose cada vez más en una simple tapadera), no podía conciliar el sueño en toda la noche. En sus brazos se dormía por más excitada que estuviera. Él le susurraba al oído historias que inventaba para ella, cosas sin sentido, palabras que repetía monótonamente, consoladoras o chistosas. Aquellas palabras se convertían en visiones confusas que la transportaban hasta el primer sueño. Tenía el sueño de ella totalmente en su poder y ella se dormía en el instante que él elegía.

Cuando dormían, se aferraba a él como la primera noche: se cogía con fuerza de su muñeca, de su dedo, de su tobillo. Si quería alejarse sin despertarla, debía utilizar algún truco. Liberaba el dedo (la muñeca, el tobillo) de su encierro, lo cual siempre la despertaba a medias, porque ni aun dormida dejaba de vigilar atentamente lo que él hacía. Se calmaba cuando en lugar de su muñeca ponía en su mano algún objeto (un pijama retorcido, un zapato, un libro) que ella luego apretaba firmemente como si fuera parte del cuerpo de él.

Una vez, mientras la adormecía y ella no había pasado aún de la primera antesala del sueño, de modo que todavía era capaz de responder a sus preguntas, le dijo: «Bueno. Yo ahora me voy». « ¿Adonde?», le preguntó. «Me voy», dijo con voz severa. « ¡Voy contigo!», dijo y se incorporó. «No, no puedes. Me voy para siempre», dijo y salió de la habitación al vestíbulo. Ella se levantó y con los ojos entrecerrados fue tras él. No llevaba más que un camisón corto, sin nada debajo. Su cara permanecía impasible, inexpresiva, pero sus movimientos eran enérgicos. El salió del vestíbulo al pasillo (el pasillo común del edificio) y cerró la puerta. Ella la abrió bruscamente y fue tras él, convencida en su sueño de que quería irse para siempre y de que debía detenerlo. El bajó las escaleras hasta el primer descansillo y allí la esperó. Ella llegó hasta él, lo cogió de la mano y se lo llevó de regreso a la cama.


Tomás se decía: hacer el amor con una mujer y dormir con una mujer son dos pasiones no sólo distintas sino casi contradictorias. El amor no se manifiesta en el deseo de acostarse con alguien (este deseo se produce en relación con una cantidad innumerable de mujeres), sino en el deseo de dormir junto a alguien (este deseo se produce en relación con una única mujer).

14 de septiembre

Hace ya poco más de un año que todo acabó, tanto he perdido, ya no salgo a conocer nuevos lugares, he dejado de cocinar, detestó cada día más estar rodeado de personas, la vida se ha vuelto tan insoportable, esta tristeza anegada crece y crece, alimenta mis ideas.

Para mi el hecho de alejarme fue lo que mejor pude hacer, ya sabía yo cuanto perdía pero era mejor así, encontré lo que buscaba, pero no estaba decidido que fuera para mi, que tristeza al final entenderlo, es mejor así, no estorbo en su vida y ella es feliz, al menos lo ultil que cocine, fue para ella...

jueves, 10 de septiembre de 2015

Te pienso sin querer - Franco de Vita Ft. Gloria Trevi

Hoy me he levantado y ya perdí la cuenta, Si te fuiste hace un rato o ya son mil años que, No vives aquí, Con las telarañas de cada rincón, De esta desolada y triste habitación será, Que tengo que limpiar, Cada recuerdo tuyo, Tus huellas que en mi piel, Aún se dejan ver, Tu nombre que no sé olvidar, Perdóname, Entiéndeme, Si pienso en ti otra vez, No fuiste tú quien se marchó, Que va fui yo, Fui yo que no te supe retener, No fuiste tú quien dijo no, Y te pienso sin querer, Hoy me he levantado y ya perdí la cuenta, Cuánto puse de mi parte o en qué parte de este cuento fue, Que yo te perdí, Y me doy la vuelta imaginándome, Que en cualquier momento vas aparecer, Será, Que yo tengo que olvidar, A ver lo que hay que hacer, Si aún te puedo ver, Si aún te puedo oler, Si aún me lates en la sien, Perdóname, Entiéndeme, Si pienso en ti otra vez, No fuiste tú quien se marchó, Que va fui yo, Fui yo que no te supe retener, Perdóname, Entiéndeme, Me preguntaba qué, Qué había de mi antes de ti, No sé, Yo creo que empecé a vivir después de que te conocí, Perdóname, Entiéndeme, Si pienso en ti otra vez, No fuiste tú quien se marchó, Que va fui yo, Fui yo que no te supe retener, Perdóname, Entiéndeme, Y te pienso sin querer, Y te pienso sin querer.


La Insoportable Levedad del Ser / Cap. 4 (Primera Parte) - Milan Kundera

Pero luego, un día, en un descanso entre dos operaciones, la enfermera le avisó que le llamaban al teléfono. En el auricular oyó la voz de. Teresa. Le llamaba desde la estación. Se alegró. Era una lástima que para esa misma noche ya hubiera quedado en ir a visitar a unos amigos, de modo que la invitó a venir a su casa al día siguiente. En cuanto colgó se arrepintió de no haberle dicho que viniera en seguida. ¡Si aún tenía tiempo de aplazar la visita! Se puso a pensar en qué podría hacer Teresa en Praga teniendo que esperar nada menos que treinta y seis horas hasta verlo, y le dieron ganas de coger el coche e ir a buscarla por las calles de la ciudad.

Llegó al día siguiente al anochecer, llevaba un bolso colgado del hombro con una correa larga y le pareció más elegante que la otra vez. Tenía en la mano un libro grueso. Era Ana Karenina de Tolstoi. Su comportamiento era alegre, incluso un tanto ruidoso, y trataba de que pareciera que había ido a verle por casualidad, gracias a una feliz coincidencia: estaba en Praga por motivos de trabajo o quizá (sus explicaciones eran muy confusas) para ver si encontraba un trabajo.

Estaban acostados, más tarde, desnudos y fatigados, los dos juntos en la cama. Era ya de noche. Él le preguntó dónde se alojaba, para llevarla en coche. Le respondió tímidamente que todavía no había buscado hotel y que la maleta la tenía en la consigna de la estación.

Ayer mismo había tenido miedo de que, si la invitaba a visitarle en Praga, viniera a ofrecerle toda su vida. Cuando ahora le dijo que tenía la maleta en la consigna, se dio cuenta de inmediato de que en esa maleta estaba toda la vida de ella y de que la había dejado momentáneamente en la estación antes de ofrecérsela.

Cogió el coche que estaba aparcado delante del edificio, fue hasta la estación, recogió la maleta (era grande y enormemente pesada) y regresó a casa, con la maleta y con ella.

¿Cómo es posible que se decidiera con tanta rapidez cuando había estado casi catorce días dudando y sin ser capaz de enviarle ni siquiera una postal con un saludo?

El mismo estaba sorprendido. Estaba actuando en contra de sus principios. Hace diez años se divorció de su primera mujer y vivió el divorcio con el ánimo festivo con que otros celebran su boda. Se daba cuenta de que no había nacido para convivir con una mujer y de que sólo podía encontrarse plenamente a sí mismo viviendo como un solterón. Puso todo su empeño en organizarse tal sistema de vida que nunca pudiera ya entrar en su casa una mujer con su maleta. Ese era el motivo por el cual no tenía en su casa más que una cama. A pesar de que era una cama bastante ancha, Tomás les decía a todas sus amantes que era incapaz de dormir si compartía la cama con alguien y las llevaba a todas a medianoche a sus casas. Por lo demás, la primera vez que Teresa se quedó en su casa con la gripe, nunca durmió con ella. La primera noche él la pasó en un sofá grande y la noche siguiente se marchó al hospital, donde tenía su despacho y en él una camilla que utilizaba durante las guardias.

Pero esta vez se durmió a su lado. Por la mañana se despertó y comprobó que Teresa, que aún  dormía, lo tenía cogido de la mano. ¿Habrían estado así durante toda la noche? Le parecía difícil creerlo.

Ella respiraba profundamente entre sueños, apretaba su mano (con fuerza, no fue capaz de lograr que se la soltara), y la maleta enormemente pesada estaba a su lado, junto a la cama.

Temía intentar que le soltara la mano, por no despertarla, y con mucho cuidado se dio media vuelta hasta apoyarse en un costado para poder observarla mejor.

Volvió a imaginar que Teresa era un niño al que alguien había colocado en un cesto untado con pez y lo había mandado río abajo. ¡No se puede dejar que un cesto con un niño dentro navegue por un río embravecido! ¡Si la hija del faraón no hubiera rescatado de las olas el cesto del pequeño Moisés, no hubiera existido el Antiguo Testamento ni toda nuestra civilización! Hay tantos mitos que comienzan con alguien que salva a un niño abandonado. ¡Si Pólibo no se hubiera hecho cargo del pequeño Edipo, Sófocles no hubiera escrito su más bella tragedia!


Tomás no se daba cuenta en aquella ocasión de que las metáforas son peligrosas. Con las metáforas no se juega. El amor puede surgir de una sola metáfora.

miércoles, 9 de septiembre de 2015

La Insoportable Levedad del Ser / Cap. 3 (Primera Parte) - Milan Kundera

Pienso en Tomás desde hace años, pero no había logrado verlo con claridad hasta que me lo iluminó esta reflexión. Lo vi de pie junto a la ventana de su piso, mirando a través del patio hacia la pared del edificio de enfrente, sin saber qué debe hacer.

Se encontró por primera vez a Teresa hace unas tres semanas en una pequeña ciudad checa. Pasaron juntos apenas una hora. Lo acompañó a la estación y esperó junto a él hasta que tomó el tren. Diez días más tarde vino a verle a Praga. Hicieron el amor ese mismo día. Por la noche le dio fiebre y se quedó toda una semana con gripe en su casa.

Sintió entonces un inexplicable amor por una chica casi desconocida; le pareció un niño al que alguien hubiera colocado en un cesto untado con pez y lo hubiera mandado río abajo para que Tomás lo recogiese a la orilla de su cama.

Teresa se quedó en su casa una semana, hasta que sanó, y luego regresó a su ciudad, a unos doscientos kilómetros de Praga. Y entonces llegó ese momento del que he hablado y que me parece la llave para entrar en la vida de Tomás: está junto a la ventana, mira a través del patio hacia la pared del edificio de enfrente y piensa:

¿Debe invitarla a venir a vivir a Praga? Le daba miedo semejante responsabilidad. Si la invitase ahora, vendría junto a él a ofrecerle toda su vida.

¿O ya no debe dar señales de vida? Eso significaría que Teresa seguiría siendo camarera en un restaurante de una ciudad perdida y que él ya no la vería nunca más.

¿Quería que ella viniera a verle, o no quería?

Miraba a través del patio hacia la pared de enfrente y buscaba una respuesta.

Se acordaba una y otra vez de cuando estaba acostada en su cama: no le recordaba a nadie de su vida anterior. No era ni una amante ni una esposa. Era un niño al que había sacado de un cesto untado de pez y había colocado en la orilla de su cama. Ella se durmió. Él se arrodilló a su lado. Su respiración afiebrada se aceleró y se oyó un débil gemido. Apretó su cara contra la de ella y le susurró mientras dormía palabras tranquilizadoras. Al cabo de un rato sintió que su respiración se serenaba y que la cara de ella ascendía instintivamente hacia la suya. Sintió en su boca el suave olor de la fiebre y lo aspiró como si quisiera llenarse de las intimidades de su cuerpo. Y en ese momento se imaginó que ya llevaba muchos años en su casa y que se estaba muriendo. De pronto tuvo la clara sensación de que no podría sobrevivir a la muerte de ella. Se acostaría a su lado y querría morir con ella. Conmovido por esa imagen hundió en ese momento la cara en la almohada junto a la cabeza de ella y permaneció así durante mucho tiempo.

Ahora estaba junto a la ventana e invocaba ese momento. ¿Qué podía ser sino el amor que había llegado de ese modo para que él lo reconociese?

Pero ¿era amor? La sensación de que quería morir junto a ella era evidentemente desproporcionada: ¡era la segunda vez que la veía en la vida! ¿No se trataba más bien de la histeria de un hombre que en lo más profundo de su alma ha tomado conciencia de su incapacidad de amar y que por eso mismo empieza a fingir amor ante sí mismo? ¡Y su subconsciente era tan cobarde que había elegido para esa comedia precisamente a una pobre camarera de una ciudad perdida, que no tenía prácticamente la menor posibilidad de entrar a formar parte de su vida!

Miraba a través del patio la sucia pared y se daba cuenta de que no sabía si se trataba de histeria o de amor.

Y le dio pena que, en una situación como aquélla, en la que un hombre de verdad sería capaz de tomar inmediatamente una decisión, él dudase, privando así de su significado al momento más hermoso que había vivido jamás (estaba arrodillado junto a su cama y pensaba que no podría sobrevivir a su muerte).

Se enfadó consigo mismo, pero luego se le ocurrió que en realidad era bastante natural que no supiera qué quería:

El hombre nunca puede saber qué debe querer, porque vive sólo una vida y no tiene modo de compararla con sus vidas precedentes ni de enmendarla en sus vidas posteriores.

¿Es mejor estar con Teresa o quedarse solo?

No existe posibilidad alguna de comprobar cuál de las decisiones es la mejor, porque no existe comparación alguna. El hombre lo vive todo a la primera y sin preparación. Como si un actor representase su obra sin ningún tipo de ensayo. Pero ¿qué valor puede tener la vida si el primer ensayo para vivir es ya la vida misma? Por eso la vida parece un boceto. Pero ni siquiera boceto es la palabra precisa, porque un boceto es siempre un borrador de algo, la preparación para un cuadro, mientras que el boceto que es nuestra vida es un boceto para nada, un borrador sin cuadro.


«Einmal ist keinmal», repite Tomás para sí el proverbio alemán. Lo que sólo ocurre una vez es como si no ocurriera nunca. Si el hombre sólo puede vivir una vida es como si no viviera en absoluto.

martes, 8 de septiembre de 2015

8 de septiembre

Y es verdaderamente estúpido, por que de repente después de guardar todo este dolor, volví a llorar por este recuerdo, es solo eso, un recuerdo, me atormentan diario pero ese dia volví a llorar, por que simplemente ya no puedo concebir una vida sin ella, tantas personas en el mundo y solo una persona me hizo tan feliz que no supe que hacer y lo perdí todo...

Solo hay presente, no hay futuro, día a día es lo mismo, no veo mas lejos de lo que tengo frente a mi. El deseo sigue siendo fervoroso pero aun no termino lo que tengo pendiente, aun no es suficiente... ya no hay un retorno posible... ya ha pasado poco mas de un año...

martes, 1 de septiembre de 2015

Te adoro igual - Charles Baudelaire

Te adoro igual que a la bóveda nocturna,
¡Oh vaso de tristeza, gran taciturna!
Y te amo tanto más, bella, cuanto más me huyes;
Y cuanto más me pareces encanto de mis noches,
Irónicamente aumentar la distancia
Que separa mis brazos de la inmensidad azul.
Avanzo en los ataques y trepo en los asaltos
Como junto a un cadáver un coro de gusanos,
Y amo tiernamente, bestia implacable y cruel,
Incluso tu frialdad, que aumenta tu belleza.

Yo amo el recuerdo... - Charles Baudelaire

Yo amo el recuerdo de esas épocas desnudas,
En que Febo se complacía en dorar las estatuas,
Cuando el hombre y la mujer en su agilidad
Gozaban sin mentira y sin ansiedad,
Y, el cielo amoroso acariciándoles el lomo,
Desplegaban la salud de su noble máquina.
Cibeles, entonces, fértil en frutos generosos,
No estimaba sus redes un peso muy oneroso,
Pero, loba de corazón henchido de ternuras vulgares,
Amamantaba al universo con sus pezones morenos.
El hombre, elegante, robusto y fuerte, tenía el derecho
De mostrarse orgulloso de las beldades que le llamaban su rey;
¡Frutos puros de todo ultraje y vírgenes de grietas,
Cuya carne lisa y firme atraía las mordeduras!

El Poeta actualmente, cuando quiere concebir
Estas nativas grandezas, en los lugares donde se dejan ver
La desnudez del hombre y de la mujer,
Siente un frío tenebroso envolver su alma
Ante este negro cuadro lleno de espanto.
¡Oh, monstruosidades llorando su vestimenta!
¡Oh, ridículos troncos! ¡torsos dignos de máscaras!
¡Oh, pobres cuerpos retorcidos, flacos, ventrudos o fláccidos,
Que el dios Utilitario, implacable y sereno,
Niños, los fajó en sus pañales de bronce!
¡Y vosotras, mujeres, ¡ah!, pálidas cual cirios
Que roe y que nutre el libertinaje, y vosotras, vírgenes,
Del vicio materno arrastrando la herencia.
Y todas las fealdades de la fecundidad!

Nosotros tenemos, es verdad, naciones corrompidas,
De los pueblos antiguos, bellezas ignoradas:
Rostros corroídos por los chancros del corazón,
Y como quien diría bellezas de la languidez,
Pero estas invenciones de nuestras musas tardías
No impedirán jamás a las razas enfermizas
Rendir a la juventud un homenaje profundo,
-¡A la santa juventud, al aire simple, a la dulce frente,
A la mirada límpida y clara como un agua corriente,
Y que va derramando sobre todo, indiferente
Como el azul del cielo, los pájaros y las flores,
Sus perfumes, sus cánticos y sus dulces colores