miércoles, 22 de abril de 2015

45 - Breviario de los vencidos - E.M. Cioran

Las mortales únicamente tienen dos brazos. Y confían apresarte con ellos. Y te susurran palabras que valen para un corazoncito cualquiera, te envuelven con caricias ocasionales y tú, yaces febril y lúcido, como una astilla desprendida del alma del mundo. Ellas saben mejor que nosotros que las mentiras del amor son el único barniz de existencia en la infinita irrealidad. La naturaleza les proporcionó los medios para chantajear a la existencia y abusan de ello desmesuradamente. Nosotros caemos en la trampa y manchamos un infinito del que no hemos sido dignos. 

El mundo llora en ti la ruptura de eternidad y las mujeres que lo pisan te vuelven loco. ¿Cómo conciliar un conflicto tan doloroso? Odias el devenir y lo amas. La eternidad, como el tiempo, es sucesivamente pecado y liberación. En la proximidad de la carne sueñas con los fundamentos del mundo y, a su sombra, con la cercanía de la embriaguez perecedera. 

No puedes rodearte de una valla y encerrarte dentro. ¿Qué estacas ibas a poner a tu alrededor si brisas sonoras te traspasan más allá del borde de la empalizada de la muerte?

Carcomido por las resistencias del destino y por las fracturas del espíritu, te cubres con la melodía de la limitación. Ya no tienes escapatoria. Estás amenazado por todos los finales y morirás de todas las muertes. 

¿Hay algún sendero donde no te hayan herido? Tu corazón late en un tiempo enfermo. Te reconoces en los instantes y ellos te reconocen a ti. El devenir es una infinitud de espinas. Los manantiales de la vida están llenos de inmundicias y los pozos del alma de aguas negras. ¿Cómo construirías allí un hospicio del cerebro? El espíritu y el tiempo hieden. Huérfano de la naturaleza y de ti mismo, la locura es un techo más seguro que la muerte en un mundo que no encuentra refugio en la razón. 

Amar apasionadamente la vida, y luego deambular implorándole compasión a ti mismo por la ausencia ilimitada nacida de tu vacío, infame jardinero de la nada, sembrador de violetas y de pus... 

El hombre es un sembrador de sinsentidos en el que la cizaña es tan fecunda y brillante como las mieses. Y en medio de los sinsentidos se yergue el mayor: un santo sensual.

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